SOÑAR NO CUESTA NADA… El domingo, día de la familia…

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Por: Fedgar

El fortalecimiento de los lasos familiares, debe hoy, en día ser una prioridad sine qua non. Sobre todo, en un país que atraviesa turbulencias políticas, angustias económicas y una inseguridad que corroe la rutina más simple, el domingo se levanta como un pequeño altar íntimo, un espacio que nos recuerda que, antes que nos consideremos ciudadanos, somos seres humanos, que necesitamos de abrazos, certezas y afectos compartidos.

Hay domingos que pasan como hojas sueltas, casi sin importancia, y hay otros que nos obligan a detenernos frente al prototipo de lo esencial.

El día de la familia no debería ser un eslogan ni un llamado folclórico a la unión. Es, más bien, un recordatorio de que la vida se sostiene en vínculos que no siempre cuidamos. Vivimos apresurados, ensimismados en nuestras preocupaciones, y muchas veces permitimos que los afectos se vuelvan silencios o distancias. Pero el domingo, ese paréntesis sagrado. nos ofrece la posibilidad de volver a mirar a los nuestros, de reconocer en sus rostros la razón primera de nuestras luchas cotidianas.

En el Ecuador actual, hablar de familia es hablar también de resiliencia. Las familias que se reorganizan ante la ausencia de un empleo; las que resisten la migración de sus hijos; las que sobreviven a la violencia; las que se refugian en la solidaridad porque el Estado no alcanza. Cada hogar es un pequeño país que, a pesar de sus fracturas, sigue intentando mantener encendida una llama de esperanza.

Por eso, el domingo no es un día más. Es un llamado a regresar a lo fundamental; la conversación que hace tiempo se evitó, el perdón que nunca terminó de nacer, la risa que cura, el silencio compartido que reconcilia. La familia, esa trama compleja y a veces áspera, nos devuelve a nuestra humanidad. Y en momentos como los que vivimos, ese retorno resulta urgente.

Quizás, al final, el verdadero sentido del Día de la Familia es recordarnos que no estamos solos. Que la vida, con todo su peso, se vuelve más ligera cuando se comparte. Que el tiempo pasa sin pedir permiso, y que cada domingo puede ser una oportunidad para abrazar lo que realmente importa.

Como soñar no cuesta nada, en esa pequeña epifanía doméstica, descubramos algo esencial, que la familia no es perfecta, pero es nuestra; que no nos salva del mundo, pero nos enseña a enfrentarlo. Y que, mientras tengamos un hogar donde regresar, siempre existirán razones para seguir creyendo en la bondad de la vida. Cantemos y vivamos el himno del amor de familia, un tesoro invaluable.

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