Por: Sofía Cordero Ponce
Ecuador atraviesa un vacío de poder que puede entenderse a partir de conceptos esenciales de la ciencia política. Max Weber recordaba que el Estado solo se sostiene cuando su autoridad es reconocida; si esa legitimidad se quiebra, aparece un espacio donde nadie logra imponer un orden aceptado. Juan Linz mostraba que, cuando el Ejecutivo pierde capacidad de decisión y choca con otras instituciones, surge ingobernabilidad. Guillermo O’Donnell hablaba de Estados que dejan huecos de autoridad, ocupados por actores no estatales. Hannah Arendt advertía que, cuando un Gobierno depende de la fuerza y no del consentimiento, el poder ya se ha roto. Y Charles Tilly señalaba que un Estado que solo puede hacer cumplir sus decisiones mediante violencia es un Estado debilitado.
Todo esto ilumina lo que ocurre hoy en Ecuador. El Gobierno intentó burlar la Constitución, forzando procedimientos legislativos para aprobar reformas legales y desafiando públicamente a la Corte Constitucional, como si la separación de poderes fuera un capricho y no un principio democrático. Ese gesto erosionó la legitimidad legal-racional del Estado, en términos weberianos.
Luego enfrentó un paro nacional y movilizaciones. En lugar de abrir canales de diálogo, optó por imponerse mediante la fuerza, desplegando militares y policías para controlar la protesta. Arendt advertía que, cuando un Gobierno sustituye el poder por la violencia, revela su ausencia de autoridad. Y como diría O’Donnell, la represión no resolvió nada: solo profundizó la percepción de un Estado incapaz de procesar conflictos sin coerción.
La derrota en la consulta popular amplió ese vacío. En vez de asumir el mensaje político y revisar el rumbo, el Gobierno cambió algunos ministros y el Presidente se fue de viaje. Para Linz, esto sería una forma de ingobernabilidad autoinfligida. Para Tilly, el Estado pierde capacidad mientras su líder se aleja del conflicto real.
El vacío de poder en Ecuador no es ausencia de Presidente; es ausencia de autoridad, de dirección y de proyecto. Un Gobierno que no gobierna, un Estado que se desgasta y una ciudadanía que se reconoce cada vez más sola frente a un poder ausente.









