Por: Fedgar
Cada feriado despierta en el país un doble sentimiento, la alegría por el descanso merecido y la inquietud por sus consecuencias económicas y sociales. Las calles se vacían en unas ciudades y se llenan en otras; los negocios se reactivan en ciertos sectores mientras otros bajan sus cortinas. En el fondo, el feriado es un espejo de nuestras prioridades como sociedad; cómo entendemos el trabajo, el ocio y el bienestar colectivo.
Las ventajas del feriado son evidentes. En primer lugar, representa una pausa necesaria en medio del agitado ritmo laboral. Permite al trabajador recobrar energías, compartir con su familia y reconectarse con su entorno. Desde la perspectiva humana, el descanso es un derecho, no un privilegio. También dinamiza la economía del turismo. Hoteles, restaurantes, transporte y servicios locales experimentan un impulso que, aunque breve, significa oxígeno para miles de familias que viven de esas actividades. En regiones apartadas, un feriado largo puede significar la diferencia entre una temporada buena o mala.
Sin embargo, también existen desventajas que no pueden ignorarse. La paralización temporal de la productividad afecta a sectores industriales y de servicios que dependen de la continuidad de sus operaciones. En un país con altos niveles de informalidad laboral, muchos trabajadores dejan de percibir ingresos durante esos días. Además, el consumo desenfrenado, el aumento de accidentes de tránsito y el abuso del alcohol son consecuencias que cada feriado vuelve a poner en evidencia.
Pero más allá de las cifras, hay un elemento cultural de fondo. El feriado puede convertirse en un termómetro de cómo vivimos el tiempo libre: ¿lo usamos para descansar o para evadirnos? ¿Para compartir o para derrochar? En una sociedad marcada por la prisa, el feriado debería invitarnos a la reflexión sobre el sentido del descanso; no como una fuga del trabajo, sino como una oportunidad para equilibrar cuerpo y espíritu.
Si los feriados se vivieran con conciencia, podrían ser no solo un alivio temporal, sino un espacio de regeneración colectiva. El país necesita descanso, sí, pero también necesita propósito. Quizás el verdadero desafío no es cuántos días libres tenemos al año, sino qué hacemos con ellos.
Como soñar no cuesta nada, quienes tienen la posibilidad de gozar del descanso ¿Qué bien por ellos? Así mismo, quienes no lo tienen y deben trabajar para subsistir, que su misión patriótica y familiar, se vea recompensada, con el respaldo a su labor, comprando sus productos, sin que regatear sus precios. El reconocimiento a la privación de sus legítimos derechos a descansar y gozar del asueto, debe generar la gratitud de sus congéneres.








