Por: Fedgar
Tener una percepción sobre la gestión de un gobierno, no es tarea sencilla. Exige mirar más allá del ruido político y de las pasiones partidistas, para examinar con serenidad los hechos, los resultados y las consecuencias que las decisiones del gobierno tienen sobre la vida de los ecuatorianos. En un país como el nuestro, donde las expectativas sociales son altas y las necesidades urgentes, cada acción o inacción del Estado, tiene un peso determinante en el rumbo nacional.
La administración actual asumió el poder con el desafío de recuperar la confianza ciudadana, estabilizar la economía y fortalecer la institucionalidad democrática. En algunos aspectos se observan avances; la contención de ciertos indicadores macroeconómicos, la apertura al diálogo con sectores sociales y la búsqueda de cooperación internacional son señales positivas. Sin embargo, estas luces conviven con sombras que preocupan: por la persistente inseguridad, el desempleo, la desigualdad y la falta de políticas sostenidas en educación y salud.
La ciudadanía percibe con creciente desconfianza que las promesas de campaña se diluyen ante las presiones políticas y los intereses de grupos de poder. El discurso oficial habla de reformas, pero en la práctica los cambios estructurales parecen lentos o inconsistentes. El aparato estatal continúa mostrando debilidades en la gestión pública, la transparencia y la rendición de cuentas, lo que alimenta la frustración colectiva.
No obstante, una evaluación honesta no debe reducirse a la crítica. También es justo reconocer los esfuerzos por mantener la gobernabilidad en medio de una crisis global y una compleja situación interna. El contexto internacional, la herencia de gobiernos anteriores y la fragmentación política del país constituyen obstáculos que ningún gobierno puede ignorar.
El desafío está en comprender que la buena gestión no se mide solo por cifras o discursos, sino por la capacidad de transformar realidades y mejorar la vida de la gente común. Gobernar es, en esencia, servir. Y esa es la vara con la que, finalmente, la historia mide a quienes ostentan el poder.
Hoy, más que nunca, Ecuador necesita un gobierno que escuche, que actúe con visión y que coloque al ciudadano por encima de los cálculos partidistas. La evaluación de la gestión gubernamental, entonces, no debe ser solo un ejercicio técnico o político, sino un acto de conciencia colectiva: reconocer lo que se ha hecho, cuestionar lo que falta y exigir lo que el país merece.
Como soñar no cuesta nada, creo que no habrá ecuatoriano alguno, que no desee que la paz regrese al país y que todos, abonemos en por de un reencuentro nacional.