Por: Fedgar
En el Ecuador de hoy, donde la política se ha convertido en un campo de pulsos, más que de consensos, surge una pregunta inevitable, que pretende hacer honor a esta columna periodística, el soñar no cuesta nada. ¿Sería posible un diálogo entre Rafael Correa y Daniel Noboa? Más que un duelo de personalidades, la idea revela una tensión profunda entre dos visiones del país, dos relatos, dos formas de comprender el poder.
Correa representa un modelo político que dejó huella, para bien o para mal, en la memoria colectiva. Para muchos, encarna la estabilidad, la inversión social, el discurso fuerte. Para otros, simboliza el exceso de poder, la confrontación sistemática y la erosión institucional. Noboa, en cambio, busca construir un liderazgo distinto, más gerencial que ideológico, más técnico que emotivo, con un discurso que pretende la moderación, aunque no siempre lo consigue en la práctica.
¿Dónde podrían encontrarse estas dos figuras? Teóricamente, en el terreno de los grandes desafíos nacionales, tales como, seguridad, empleo, institucionalidad, cohesión social. Pero en el Ecuador real, la política se mueve no por la necesidad racional de acuerdos, sino por la fuerza de los resentimientos acumulados. Entre el correísmo y el anticorreísmo no hay simplemente diferencias; hay heridas abiertas. Y las heridas no conversan, sangran o se esconden.
Un diálogo entre ambos implicaría reconocer legitimidades mutuas, algo que ninguna de las partes está dispuesta a conceder. Para el correísmo, Noboa es apenas un interludio, un gobierno coyuntural sin proyecto; para el noboísmo, Correa es el fantasma que condiciona la política, un actor que no ha dejado de polarizar incluso desde la distancia. Hablar exige un suelo común, y hoy ese suelo está fracturado.
Sin embargo, pensar en la imposibilidad del diálogo también obliga a reflexionar sobre lo que perdemos como país. En un Ecuador exhausto, donde la ciudadanía vive atrapada entre el miedo y la resignación, cualquier gesto de madurez política podría convertirse en un respiro.
Pues, no se trata de conciliar ideologías irreconciliables, sino de asumir que la nación está por encima de las rivalidades personales. Si damos por hecho que Correa y Noboa, no pueden dialogar, lo que queda en claro es que, la mayor tragedia de la Patria, no es la crisis económica o la violencia desbordada en que vivimos, sino, la incapacidad de reconocernos en las diferencias.
Como soñar no cuesta nada, porque no anhelar que lo imposible, se convierta en posible y través del diálogo logremos cruzar ese umbral de penumbra y nos abramos a otra realidad y no a seguir orbitando en torno a caudillos que hablan fuerte, pero escuchan poco.




