Por: Fedgar
El Ecuador se despierta cada día con la sensación de que los ciudadanos luchan por ser escuchada. Los paros y movilizaciones no son meros conflictos de tránsito, ni interrupciones de la rutina; son gritos de justicia, pedidos de dignidad y llamados desesperados para que el gobierno vea lo que el pueblo siente y padece.
Un paro reivindicatorio, no busca confrontar por confrontar; busca, reclamar derechos que han sido olvidados o ignorados. Persigue empleo, educación, salud, seguridad y oportunidades para una vida digna. Cada manifestación, cada barricada improvisada, cada voz que se levanta en las plazas o en las carreteras, es un recordatorio de que la ciudadanía no puede permanecer invisible.
El paro tiene efectos mixtos, y reconocerlos nos permite comprender su verdadera dimensión. Lo que se gana es la visibilidad de las demandas ciudadanas para que se implementen cambios. La unidad social y conciencia sobre la necesidad de justicia y equidad o un instrumento histórico para negociar derechos y soluciones.
En cambio, lo que se pierde es el impacto económico y se generan dificultades para las familias, comerciantes y trabajadores. Retrasos en educación, salud y proyectos comunitarios o la polarización, si no se logra el diálogo entre ciudadanos y autoridades.
La pregunta del millón, no es, si se gana o se pierde; sino, si el paro cumple su propósito último, abrir canales de diálogo y construir soluciones justas para la población.
Los paros no deben significar enemistad, ni desafío; al contrario, debe ser un espejo donde se refleja la desigualdad y la urgencia de soluciones. La política debe escuchar con atención, dialogar con empatía y actuar con justicia. Ningún país puede crecer ignorando el sufrimiento de su gente. Las respuestas no están en la represión ni en la indiferencia, sino en el compromiso de construir acuerdos que reconozcan la dignidad de todos.
El paro reivindicatorio es más que una protesta, la voz de un pueblo que aún cree en la posibilidad de justicia y equidad. Es un recordatorio de que la verdadera grandeza de una nación, se mide por el cómo trata, a sus ciudadanos más vulnerables.
Como soñar no cuesta nada, mientras los ecuatorianos alzan su voz para reclamar derechos y dignidad, cada líder y cada ciudadano tiene la oportunidad de transformar la protesta en diálogo, la indignación en soluciones y el conflicto en esperanza. Ganamos en conciencia y fuerza colectiva; pero perdemos, si no logramos acuerdos. La verdadera victoria será cuando la protesta conduzca a un Ecuador más justo, más humano y más solidario.








