SOÑAR NO CUESTA NADA… Lo que media entre el ayer y el hoy

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Por: Fedgar

No es solo una distancia cronológica; es una grieta emocional, un tránsito íntimo que revela quiénes fuimos y quiénes estamos tratando de ser. Entre el ayer y el hoy existe un espacio silencioso, casi invisible, donde se acumulan las decisiones que no tomamos, las oportunidades que dejamos pasar y las promesas que el tiempo fue deshojando sin que nos diéramos cuenta.

El ayer suele llegar a nosotros con la dulzura engañosa de la nostalgia. Lo recordamos más sereno de lo que quizá fue, más ordenado, más humano. En ese ejercicio de memoria selectiva, construimos refugios donde nos sentimos a salvo. Los barrios donde se podía conversar sin prisa, las calles donde los niños jugaban sin miedo, las mesas familiares sin la interrupción constante de las pantallas. Tal vez no era perfecto, pero en nuestra evocación se vuelve más amable, más auténtico.

El hoy, en cambio, nos enfrenta a una realidad áspera. Vivimos en la inmediatez, atrapados en la prisa, en la ansiedad de la productividad y en una conectividad que paradójicamente nos distancia. Nunca habíamos tenido tanto acceso a la información, y, sin embargo, pocas veces habíamos estado tan confundidos. La verdad se diluye entre versiones, y la palabra pierde peso frente al ruido. El presente se vuelve un terreno resbaladizo, donde cuesta afirmar certezas.

Lo que media entre ambos tiempos no es solo el paso de los años, sino la transformación de nuestras prioridades. Hemos cambiado la paciencia por la urgencia, la profundidad por la superficie, el encuentro por la conexión. El mundo se hizo más pequeño gracias a la tecnología, pero nuestras almas parecen haberse hecho más estrechas. Hay una forma de soledad que no existía antes: la de estar rodeados de voces y sentirse cada vez más lejos de uno mismo.

Sin embargo, no todo es pérdida en este tránsito. Entre el ayer y el hoy también germinan aprendizajes. Hemos conquistado derechos que antes eran impensables, hemos ampliado horizontes, hemos entendido que la diversidad no es una amenaza, sino una riqueza. La conciencia social ha despertado en muchos rincones, y la solidaridad, aunque a veces silenciosa, sigue siendo una fuerza que nos sostiene cuando todo parece resquebrajarse.

Como soñar no cuesta nada, entre el ayer y el hoy no hay solo distancia, hay una responsabilidad; porque el mañana no se construye desde la queja ni desde la nostalgia, sino desde la lucidez. Y en ese punto exacto, en esa frontera invisible, nos encontramos todos, sosteniendo el frágil equilibrio entre lo que fuimos y lo que aún podemos ser.

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