Por: Fedgar
En el Ecuador de hoy, se confunde los roles del docente, pretendiéndole endilgarle otros, ajenos a su misión esencial. Es así que, en estos tiempos de vértigo social, donde las urgencias familiares y económicas se entrelazan con la incertidumbre cotidiana, la escuela ha comenzado a cargar al docente con un peso que no le corresponde; convertirlo en una guardería infantil a tiempo completo. Esta distorsión, cada vez más normalizada, erosiona el sentido profundo de la docencia y desfigura la relación educativa entre maestros, estudiantes y padres.
La docencia es, ante todo, un acto humano. Implica acompañar, orientar, despertar en el otro la capacidad de pensar y de mirarse a sí mismo. No es, ni debe ser, una simple asistencia logística donde el maestro cuida, entretiene o contiene para que otros puedan atender sus propias tareas. Cuando se reduce al docente a un guardián circunstancial, no solo se devalúa su profesión; sino que, se lesiona la esencia misma del proceso educativo.
Muchos maestros en Ecuador, como en buena parte de los países latinos, sienten que se les exige suplir carencias familiares, emocionales y sociales que exceden cualquier currículo. Deben ser psicólogos, mediadores, animadores, terapeutas y hasta padres sustitutos. Y aunque la vocación pedagógica siempre ha tenido un componente profundamente humano, también tiene límites. Ningún maestro puede educar adecuadamente cuando se le pide resolver problemas que la sociedad, la familia o el Estado han decidido ignorar.
Detrás de esta sobrecarga está una verdad incómoda. Hemos delegado en la escuela responsabilidades que corresponden al hogar. La educación empieza en casa, con valores, hábitos, límites y afecto. La escuela complementa, amplía, guía; no reemplaza al padre ni a la madre. Cuando esta ecuación se rompe, el sistema educativo colapsa silenciosamente, y los mayores perjudicados son los niños y jóvenes, que crecen sin referentes claros, sin coherencia entre lo que ven y lo que se les pide aprender.
La docencia debe recuperar su dignidad. Educar es un acto de sembrar conciencia, no de custodiar horas. Es acompañar el crecimiento del ser humano, no simplemente vigilarlo. Los padres, por su parte, también necesitan reencontrarse con su rol fundamental, como ser los primeros educadores, los que transmiten la sensatez y la estructura emocional que ningún libro de texto puede suplir.
Como soñar no cuesta nada, quizá sea momento de recordar una verdad antigua, ningún maestro puede enseñar si no encuentra eco en casa. La escuela no es un depósito temporal de niños; es un espacio de formación. Y la docencia, incluso en medio del caos actual, sigue siendo una de las labores más nobles. Pero para que florezca, requiere del compromiso de todos.










