¿Qué ganamos los riobambeños con los pases del Niño?
Por: Fedgar
Cada diciembre, Riobamba se transforma. Las calles se llenan de música, comparsas, disfraces y devoción. Los pases del Niño, una de las tradiciones más arraigadas de la ciudad, avanzan entre aplausos, rezos y curiosidad. Pero, más allá del espectáculo y la costumbre, cabe preguntarse: ¿qué ganamos realmente los riobambeños con estas celebraciones?
A primera vista, ganan identidad. En una época marcada por la prisa y la homogeneización cultural, los pases del Niño recuerdan que Riobamba posee una memoria viva, heredada de generaciones que encontraron en la fe una forma de cohesión social. Cada traje, cada danza y cada imagen del Niño Dios no solo representan devoción religiosa, sino pertenencia. Participar o mirar el pase es reconocerse parte de una historia común.
También ganan encuentro. Durante los pases, la ciudad se detiene. Vecinos que raramente se cruzan comparten veredas, comentarios y sonrisas. Por unas horas, las diferencias políticas, económicas o sociales se difuminan. No es poca cosa en un tiempo donde el individualismo parece imponerse como norma. El pase funciona como un puente efímero, pero necesario, entre personas que han aprendido a vivir separadas.
Desde el punto de vista económico, los beneficios son modestos pero reales. Pequeños comerciantes, artesanos, vendedores ambulantes y músicos encuentran en estas fechas una oportunidad para aliviar el cierre del año. No se trata de grandes ingresos, sino de un respiro. En una economía frágil, cualquier movimiento cuenta, y la tradición también cumple un papel de subsistencia.
Sin embargo, lo que más ganan los riobambeños es un recordatorio. El pase del Niño, en su esencia, no celebra el exceso ni la competencia, sino la sencillez. El centro del ritual es un niño humilde, símbolo de fragilidad y esperanza. En medio de discursos vacíos y promesas incumplidas, esta imagen interpela: ¿qué tipo de sociedad estamos construyendo cuando olvidamos a los más pequeños y vulnerables?
Claro está, la tradición no está exenta de riesgos. Cuando el ruido, el alcohol o el interés político desplazan el sentido original, el pase pierde profundidad y se vuelve solo espectáculo. Allí está el desafío: preservar la esencia sin convertirla en caricatura.
Como soñar no cuesta nada, al final, los riobambeños ganamos tanto como estemos dispuestos a mirar más allá del desfile. Si el pase del Niño logra recordarnos que la comunidad aún importa, que la fe puede ser encuentro y que la esperanza se cultiva en lo colectivo, entonces la ganancia es inmensa. Porque en tiempos de desencanto, conservar lo que nos une ya es una forma de resistencia.




