SOÑAR NO CUESTA NADA…

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Los festejos navideños: ¿un disfraz hipócrita para maquillar la pobreza de la mayoría?

Por: Fedgar

Cada diciembre, los pueblos y ciudades del Ecuador se visten de luces como si quisieran ocultar, bajo un manto de destellos, las heridas abiertas del año. Las vitrinas se llenan de colores, los centros comerciales de ofertas, y las redes sociales de sonrisas perfectamente encuadradas. La Navidad llega como un espectáculo brillante, pero detrás del telón permanece una pregunta incómoda: ¿no será que estos festejos son, en gran medida, un disfraz hipócrita para maquillar la pobreza de una gran mayoría?

En barrios enteros, donde el cemento caro nunca llegó y donde las familias improvisan la vida con creatividad forzada, diciembre se convierte en un ritual contradictorio. Se decora el árbol, aunque falten víveres. Se compra un obsequio modesto, aunque la deuda pese como una sombra. Se organiza la cena comunitaria con aquello que cada vecino puede aportar, porque en tiempos de escasez la solidaridad es la única certeza. La Navidad, para muchos, es un esfuerzo por sostener la dignidad en un país donde los números casi siempre cierran en contra.

Mientras tanto, desde la televisión y la publicidad se empuja un relato artificial: el país del “todo está bien”, de familias perfectas y cenas abundantes. Ese relato, repetido hasta el cansancio, funciona como una cortina que evita mirar la desigualdad con crudeza. Las luces navideñas no solo iluminan: también encandilan. Sirven para que no veamos que, a pocas cuadras de los metacentros comerciales, hay hogares donde la Navidad se celebra con silencio y resignación.

Pero la hipocresía no siempre es malintencionada. A veces es solo un mecanismo de supervivencia. El ser humano necesita rituales para seguir adelante, incluso cuando la realidad duele. Tal vez por eso decoramos la casa, cantamos villancicos y nos aferramos a la idea del “espíritu navideño”. Es nuestra manera de decir, aunque sea con un susurro: aquí seguimos, no nos hemos rendido.

Sin embargo, la pregunta persiste: ¿qué pasaría si, en lugar de disfrazar la pobreza, la enfrentáramos con la honestidad del pesebre? Ese pesebre humilde que la misma Navidad dice celebrar. ¿Y si entendiéramos que la verdadera generosidad no está en regalar lo que sobra, sino en construir un país donde nadie tenga que mendigar oportunidades?

Quizá la Navidad no sea el problema. Quizá lo hipócrita sea un país que tolera la desigualdad todo el año y pretende redimirse con una funda de caramelos. El desafío es más profundo: que la solidaridad no sea estacional, que la empatía no dure solo doce días,

Como soñar no cuesta nada, la Navidad, lejos de ser un disfraz, podría ser un recordatorio. Un espejo incómodo donde cada uno se pregunte qué clase de país estamos ayudando a construir cuando se apagan las luces y vuelve enero, con su realidad desnuda.

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