SOÑAR NO CUESTA NADA…

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Incentivar en los niños y jóvenes la música nacional

Por: Fedgar

Alexander Von Humboldt describió a los habitantes de lo que hoy es Ecuador como “seres raros y únicos: duermen tranquilos en medio de crujientes volcanes, viven pobres en medio de incomparables riquezas y se alegran con su música triste”; destacando su resiliencia, ante un entorno natural imponente y su aparente conformismo ante la pobreza. Claro que sí, contrastando con la riqueza natural del territorio y su melancólica música.

Sin embargo, para los ecuatorianos, nuestra música es la mejor del mundo. Pese a que, la música nacional ecuatoriana, vive hoy un desafío silencioso, pero profundo. En un país donde el reguetón domina los parlantes, donde las plataformas empujan lo global por encima de lo propio y donde la inmediatez sustituye la tradición, surge la impresión de que el gusto musical de nuestros niños y jóvenes ha sido allanado, despojado de sus raíces. La pregunta, entonces, se vuelve inevitable: ¿aún es posible cultivar en las nuevas generaciones el amor por nuestra música? La respuesta, aunque compleja, sigue siendo un rotundo sí.

Para comenzar, la música nacional no ha muerto; está dormida en los rincones de nuestra memoria cultural. Habita en las voces de nuestros abuelos, en las peñas que sobreviven, en los festivales provinciales, en las calles de los viejos barrios donde un pasillo todavía resuena como una plegaria. El primer camino es la educación. Cuando un niño comprende lo que canta, cuando conoce el contexto, las historias de amor y de país que están detrás de un pasillo, de un albazo, de un sanjuanito, la música deja de ser “vieja” y se convierte en relato. En países donde la tradición se mantiene viva, como México, Colombia o Perú, fue la escuela la que rescató lo propio. Ecuador no es la excepción; necesita voluntad y continuidad.

El segundo camino es la reinterpretación. La música nacional no tiene por qué permanecer estática. Jóvenes músicos ecuatorianos ya fusionan pasillos con jazz, sanjuanitos con pop, albazos con rock latino. Ese cruce refresca lo nuestro sin traicionarlo. A los jóvenes se llega puenteando generaciones, no imponiendo nostalgias.

Un tercer camino son los escenarios cotidianos. Si la música nacional solo aparece en actos cívicos o en efemérides, seguirá pareciendo una obligación. Pero si suena en las plazas, en las redes, en los entrenamientos culturales, en los recreos escolares, recuperará naturalidad. La cultura se fortalece cuando se integra a la vida diaria.

Como soñar no cuesta nada, aún es posible incentivar la música nacional en nuestros niños y jóvenes. Sí. Pero exige intención, creatividad y una convicción profunda, que un país sin su música es un país que olvida su voz. Y Ecuador, incluso en medio de sus fracturas, sigue teniendo una voz hermosa, nostálgica y viva, esperando ser redescubierta por quienes heredarán este territorio llamado identidad.

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