¿Refundar o refundir el Estado?

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Por: César Ulloa

Volver a las tres funciones del Estado es imperativo y salir de la pirotecnia de las cinco que ahora tenemos, las que además dieron a luz a las instituciones más corruptas desde la transición a la democracia: el Consejo de Participación Ciudadana y Control Social, y el Consejo de la Judicatura. En el 2008, además de aprobar un texto de última hora y con varios artículos que desconocían los asambleístas, se institucionalizó un modelo contrario a la democracia, pues la participación ciudadana no puede ni debe ser maniatada por el Estado. La consecuencia: un caos permanente en la designación de las más altas autoridades y prórrogas inauditas por parte de otras.

La Constitución de 2008 abrió las puertas, de par en par, al paralelismo judicial, bajo el paraguas que puso en cuestión la idea de que el Estado es unitario, pero que convive, simultáneamente, con la “justicia plurinacional”. Si hay igualdad de derechos y acceso a la Justicia, por qué debería haber un sistema distinto en los pueblos y en las nacionalidades. Una situación es reconocernos diversos y distintos, e interculturales, pero eso no significa derechos y garantías en un menú para cada quien. Si se comienza a legislar para cada quien, esto será tierra de todos y de nadie.

Bajo el criterio de que el Ecuador vive entre pugnas de poderes en cada periodo gubernamental se abrió paso al hiperpresidencialismo, dotando de atribuciones excesivas al Ejecutivo. Esos mismos que hicieron un enorme catálogo de derechos, por el otro lado, creaban un ogro, del que ahora es tan difícil salir. Bajo este argumento, no se puede defender una Constitución que contenta a unos y desgasta a otros. Sin embargo, no estamos exentos de tener propuestas también descabelladas ahora. De ahí, la necesidad de escuchar las alternativas que propone el Presidente.

De la ciudadanía universal, otro disparate posmoderno, tenemos mucha tela que cortar. El Estado debe tomar las mejores decisiones en su política migratoria como lo hacen todos. En definitiva, salir de estas novelerías de Montecristi no es fácil, pero tampoco imposible. Primero, se debe ganar la consulta.

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