Holderlin, el gran poeta alemán, decía: “El lenguaje es el bien más precioso y a la vez el más peligroso que se ha dado al ser humano”. Efectivamente, las palabras pueden ser sinceras y, si son bien empleadas, calman, fortifican, consuelan, animan, mitigan al menos por un instante cualquier desatino. Pero también, pueden tornarse mentirosas, demagógicas, venenosas, traidoras, engreídas, sarcásticas, humillantes, pendencieras, descalificadoras.
Con las palabras orales o escritas, trasunto del pensamiento humano, se construyen y se expresan los más altos valores del espíritu: el amor, la paz, la bondad, la solidaridad, la ética, el respeto al prójimo, la tolerancia, la justicia, la responsabilidad, la equidad, la amistad, la libertad, la honestidad, la gratitud, la paciencia, entre otros. Aunque también con la palabra pueden forjarse los antivalores que se mueven en los espacios del mal: el egoísmo, la vanidad, la confrontación, la guerra, las injusticias, el fanatismo.
Las palabras Paz y Amor, de la temporada de Navidad y Año Nuevo, cobran un valor inusitado en estos momentos de la historia mundial cuando hay guerra y muerte en la franja de Gaza como resultado del fanatismo y sectarismo, cuando hay invasión y destrucción en Ucrania por sueños imperialistas de un líder ruso sediento de poder, cuando a nivel plantario imperan los odios y ambiciones políticas de seudolíderes que accionan a espaldas del pueblo.
Que las palabras Paz y Amor, pronunciadas a nivel planetario, sobre todo en el mundo cristiano y católico, sean una suerte de conjuro mágico para que en nuestras mentes y corazones tengan cabida y predominen las connotaciones positivas en el significado: optimismo, diálogo, esperanza, resiliencia, salud en todas sus formas, ecuanimidad, honradez, entereza, firmeza, moralidad y desplacen el dolor, sufrimiento, miedo, inseguridad, etc.
Ojalá que cada familia, cada comunidad, el país entero, desde las palabras de Amor y Paz, que vibran en temporada de Navidad y Año Nuevo, se enrumben masivamente a caminar en contra de los códigos malignos predominantes en la sociedad actual, particularmente en los ámbitos políticos.




