Por: José Alvear C.
Ecuador vive una paradoja peligrosa: mientras la ciudadanía clama por seguridad, empleo y servicios que funcionen, nuestras principales autoridades —el Presidente de la República y el Alcalde de Quito— han convertido sus diferencias en un espectáculo político que consume tiempo, energía y gobernabilidad. Y la pregunta de fondo es simple: ¿a quién le sirve esta pelea? A la gente, definitivamente no.
La trascendencia de este conflicto es enorme porque ocurre en un momento en que el país necesita coordinación, no confrontación. Un presidente y un alcalde que no se hablan no solo paralizan proyectos; inhiben inversiones, desgastan a sus equipos, y generan incertidumbre en una economía que ya camina sobre hielo delgado.
Quito, motor administrativo y simbólico del Ecuador, no puede estar atrapada entre dardos cruzados. Los ciudadanos necesitan transporte público seguro, barrios iluminados, orden en las calles, mejor acceso a salud, y un ecosistema que atraiga empresas y empleo. Ninguno de estos objetivos prospera en un clima de disputa permanente.
La política ecuatoriana debe dar un giro urgente: pasar de la pelea al propósito. Y aquí algunas propuestas concretas que podrían cambiar el tono —y el rumbo— del país:
Mesa de Coordinación Permanente Presidente–Alcalde. Reuniones mensuales con agenda técnica: seguridad, movilidad, inversión y servicios. Sin cámaras, sin Twitter, sin show. Solo gestión
Plan conjunto de seguridad para Quito. Integrar Policía, Municipio y comunidad con metas mensuales medibles: homicidios, robos, respuesta policial, recuperación de espacios.
Alianza por la Movilidad. Financiar de manera coordinada la modernización del transporte, priorizando el Metro y un sistema integrado que sea digno, seguro y sostenible.
Quito como zona de atracción de inversiones. Impulsar incentivos tributarios, simplificación normativa y una estrategia conjunta de promoción internacional.
Pacto de respeto institucional. Debate sí; ataques personales no. La democracia se fortalece cuando las diferencias se discuten con argumentos, no con insultos.
Ecuador no puede progresar mientras sus líderes se destruyen entre sí. El país avanza cuando las autoridades entienden que gobernar no es pelear, sino construir. Y hoy, más que nunca, construir juntos es una obligación histórica.




