GALARDÓN
Enner Valencia regresó al país para el descanso familiar y, de paso, visitar la Asamblea Nacional, donde fue condecorado por su trayectoria con el reconocimiento legítimo y la apropiación simbólica del deporte por parte del poder político.
La ceremonia fue casi solemne. Enner, acompañado de su familia, recibió una distinción que lleva el nombre de Vicente Rocafuerte, figura de la historia republicana, otorgada en nombre del “mérito deportivo” y de la proyección internacional del país. El discurso oficial subrayó valores que nadie discute, liderazgo, constancia, disciplina, orgullo nacional. Valencia los encarna desde hace más de una década, con goles decisivos, actuaciones memorables y una carrera compitiendo en ligas exigentes sin perder el vínculo con la camiseta tricolor. Hasta ahí, poco que objetar.
El deporte también construye nación, y el fútbol, sigue siendo uno de los lenguajes más compartidos de los ecuatorianos. Cuando Valencia tomó el micrófono, pronunció una frase que despertó aplausos, comparó la labor del futbolista con la de los legisladores. Ambos reciben críticas, ambos “dan la cara”, ambos buscan unir e inspirar. El paralelismo, bienintencionado o no, resultó tan potente como incómodo. Porque si algo caracteriza hoy al Parlamento es una crisis persistente de credibilidad, una desconexión con la ciudadanía y una producción legislativa que rara vez logra consenso o respeto.
Valencia, por su parte, ha construido una imagen de liderazgo sobrio. Nunca eludió la responsabilidad cuando la selección flaqueó, ni se escondió en la derrota. Soportó críticas ingratas, y respondió casi siempre con goles o silencio. El fútbol ecuatoriano necesita referentes y memoria. Reconocer a quienes hicieron historia es sano. Pero el aplauso pierde valor cuando se convierte en utilería. Los méritos deportivos no deberían servir para maquillar déficits político, así como los ídolos no tendrían que cargar con comparaciones que no les corresponden.
