Por: Mildred Molineros
Dos personas pueden enfrentar la misma situación y resolverla de manera distinta. Una logra manejarla con mayor claridad; la otra entra rápidamente en tensión. El hecho es el mismo, pero la forma de abordarlo no. La diferencia no está en lo que ocurre, sino en cómo se interpreta.
No siempre podemos controlar el entorno: decisiones ajenas, cambios imprevistos o situaciones que percibimos como injustas forman parte de la vida diaria. Lo que sí podemos trabajar es la forma en que miramos esos hechos. Esa interpretación influye directamente en nuestras emociones, en nuestras reacciones y en la manera en que gestionamos los conflictos. Cuando convertimos el problema en algo personal, el foco se pierde y la solución se vuelve más difícil.
En el ámbito empresarial esto se observa con claridad. Frente a un mismo problema, algunos líderes se enfocan en el error, la amenaza o la búsqueda de responsables. Otros analizan el contexto, separan a las personas del problema y buscan soluciones. La diferencia no está en la dificultad, sino en la mirada con la que se enfrenta. Esa postura impacta en la toma de decisiones, en el clima laboral y en la capacidad del equipo para avanzar.
En las escuelas ocurre algo parecido. Hay estudiantes que interpretan cada situación como una señal de injusticia o rechazo. Desde esa mirada, cualquier conflicto se intensifica. Acompañarlos no significa negar lo que sienten, sino ayudarlos a revisar su interpretación y a comprender que no todo es un ataque personal. Ese cambio de mirada reduce tensiones y mejora la convivencia.
En la familia, muchos desacuerdos no se sostienen por el hecho concreto, sino por la historia que cada uno trae consigo. Experiencias pasadas, expectativas no expresadas o conflictos anteriores influyen en la forma en que se reacciona en el presente. Así, una situación puntual termina cargándose de significados que no siempre corresponden al momento actual y que dificultan encontrar soluciones.
En mediación, una parte central del trabajo consiste en canalizar la comunicación de manera imparcial, para que las personas puedan escuchar y comprender la perspectiva del otro. El mediador no decide quién tiene razón; ayuda a ordenar el diálogo, a separar el problema de las personas y a ampliar la mirada. Cuando cada parte logra entender cómo el otro está interpretando la situación, el conflicto pierde rigidez y aparecen nuevas opciones.
Cambiar la mirada no es negar la realidad ni minimizar el problema. Es reconocer que la forma en que interpretamos lo que sucede puede agravar el conflicto o facilitar su gestión.
Revisar cómo estamos interpretando el conflicto es, muchas veces, el primer acto para construir una cultura de acuerdos.




