Por: Sara Salazar
Hay días en los que respirar se siente como cargar una piedra en el pecho. Días en los que levantarse de la cama es una victoria silenciosa que nadie aplaude. Días en los que una quisiera desaparecer de la lista de pendientes del mundo. Y, aun así, aquí estoy. Aquí sigo. Y he llegado a entender que este simple hecho de estar viva es el mayor acto de amor que he podido ofrecerle a los demás y, sobre todo, a mi familia.
Durante mucho tiempo pensé que amar era entregarlo todo sin reservas, estar disponible para todos, sostener lo que se desmoronaba, sonreír, aunque por dentro estuviera en ruinas. Pero el cuerpo y el alma tienen un límite, y cuando toqué el mío, la vida me obligó a detenerme. Fue entonces cuando comprendí, con una claridad casi dolorosa, que sobrevivir también es un gesto de amor. Que seguir aquí, aun cuando cuesta, tiene un impacto profundo en quienes me quieren.
No siempre he tenido fuerzas, pero sí he tenido motivos. Algunos tan pequeños como una risa fugaz con mis amigos, un abrazo fuerte al final del día, o la voz de alguien que pronuncia mi nombre sin exigir nada a cambio. A veces esos detalles se sienten como hilos delgados, pero son precisamente esos hilos los que me han mantenido unida a la vida.
Mis seres queridos quizás no saben todos los motivos por los que he dudado, pero sí sienten el valor de mi presencia. Lo notan cuando aparezco en la mesa cada mañana, incluso despeinada y cansada. Lo notan cuando mis manos tiemblan de vez en cuando, pero igual preparo las actividades del día. Lo notan cuando me quedo, cuando permanezco, cuando decido no rendirme. Ellos reciben ese amor sin que yo lo diga en voz alta.
“Un día a la vez” dejó de ser una frase motivacional para convertirse en una forma de sobrevivir. A veces avanzo con paso firme, otras, apenas un milímetro. Pero cada día que elijo quedarme es una declaración íntima, poderosa, y profundamente humana. Es decir, todavía estoy aquí, todavía apuesto por ustedes, todavía me apuesto a mí misma.
Quizá nunca escriban poemas sobre la gente que simplemente no se rinde. Tal vez no haya medallas para quienes se levantan mientras aún les duele el alma. Pero yo sé y mis seres queridos también que mi mayor acto de amor no ha sido un sacrificio heroico ni una hazaña espectacular. Ha sido este, seguir viva cuando la vida se vuelve pesada. Respirar, aunque cueste. Caminar, aunque duela. Amar, incluso en el borde. Y sé que mientras siga eligiendo vivir, sigo eligiéndolos a ellos.
No sé cuántas personas lean esto pero quiero que sepan que no están solos.




