Cuando el conocimiento no llega a todos

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Por: Rodrigo Contero P.

El conocimiento auténtico suele llegar a quienes dedican gran parte de su tiempo y esfuerzo intelectual para adquirirlo. Estas personas aprenden, reflexionan y logran llevarlo a la práctica, corrigiendo los errores cometidos en el camino. En contraste, quienes simulan saberlo todo convierten su discurso en un espectáculo cotidiano: pueden tener buena voz y una apariencia convincente, pero el mensaje que difunden es vacío, pues derrochan palabras sin fondo ni contenido real.

En ocasiones resulta difícil diferenciar los mensajes de quienes transmiten la verdad y el conocimiento genuino de aquellos que viven de la mentira y el engaño. Cuando las personas prefieren contenidos provenientes de medios sin sustento responsable ni veraz, como ocurre en las redes sociales, su limitada capacidad de análisis favorece a la duda, el engaño y la mentira que son aceptadas y reproducidas sin responsabilidad alguna.

Los profesionales de la comunicación con largos años de experiencia han construido conocimientos sólidos que los vuelven claros y aceptables para quienes buscan información veraz. Conocen su oficio y saben transmitir lo necesario, con rigor y honestidad. No es admisible lanzar palabras vacías, confundir a la población o crear conflictos inexistentes que solo conducen al enfrentamiento y la polarización.

Con frecuencia, las personas, ante la presión del grupo al que pertenecen, doblegan su sentido común y adoptan respuestas falsas porque no razonan y se someten a la opinión mayoritaria, asumiéndola como una estrategia de supervivencia en su entorno. Este patrón de conducta se ha arraigado en la sociedad y se manifiesta, sobre todo, en espacios donde no se aporta ninguna ventaja real al bienestar colectivo.

La política es un claro ejemplo de este desatino, cuando se comparten criterios para atacar a los opositores sin fundamentos sólidos ni bases verificables. En reuniones políticas o comunitarias se recurre con frecuencia a la llamada “prueba social”, utilizando risas y aplausos en momentos estratégicos para legitimar las propuestas más absurdas, evidenciando así la fragilidad del conocimiento y la debilidad de los argumentos que defienden.

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