Por: Víctor CORCOBA HERRERO
“Será bueno, regresar a la autenticidad del ser que somos, adentrarnos en nuestros valores, para activar otras moradas más seguras y tranquilas”.
La esperanza es lo último que debe perderse. Tanto es así, que no hay concordia sin anhelo, como tampoco impulso sin familiaridad; y, aún menos, futuro sin creer en uno mismo. Hay que ilusionarse para poder cerrar brechas, promover el avance y elevar el espíritu creativo. Sin duda, nos merecemos otras situaciones y otros entornos, que reduzcan la polarización y refuerce el sentido de pertenencia armónica. Esto debe generar una concienciación global inclusiva, de respeto hacia todo, con la escucha permanente y el sincero abrazo; para llevar a buen término actividades comunitarias conciliadoras, que nos aviven el deseo de renovarnos, no sobre la desesperanza o la división, sino sobre nuestra humanidad compartida y la firme creencia en un mañana sin contiendas.
La población tiene que dejar de herirse, de chismorrear, haciéndolo con valentía y tesón. El porvenir es nuestro, no hay que tenerle miedo. Será bueno extender pulsos y latidos, activar entre los jóvenes el anhelo de procrear y de crear otras atmosferas más fecundas. Factores económicos como el acceso a la vivienda, el costo del cuidado infantil o la inestabilidad laboral son limitaciones a la hora de decidir el número de descendientes que pueden tener las familias. El momento no es fácil, nunca lo ha sido. Ahora creo que debemos priorizar las necesidades y las opiniones de los jóvenes, pero también hay que dejarse asesorar por nuestros mayores; su cátedra viviente está ahí, para ponernos alas y reponernos de tantas inhumanidades vertidas por nosotros mismos.
Será bueno, regresar a la autenticidad del ser que somos, adentrarnos en nuestros valores, para activar otras moradas más seguras y tranquilas. No hay que desfallecer en los intentos de cambio, entonces el desierto será un vergel y el jardín volverá a ser ese poema que nos trasciende e ilumina. Hemos de repoblarnos, sin duda, de fortaleza. Las personas están perdiendo la capacidad de tomar sus propias decisiones; y, esto es grave, se trata de una crisis de libertad. No olvidemos que, nuestra vida personal, tiene más valor que cualquier hazaña posesiva o de poder. Son las propias relaciones activadas de corazón a corazón, como servicio humanitario, las que realmente nos hacen despertar y tomar el camino del entusiasmo, hacia otros horizontes más níveos y mensos usureros.
Lo sustancial es despojarse de mundo, situar a la persona humana en su integridad inviolable, en el centro de la exploración de la evidencia, con el único símbolo de hermanamiento que conozco, el de la bondad; ya que, tan solo buscando el bien de nuestros análogos, encontramos el nuestro. Un simple acto de clemencia es, por sí mismo, un acto de felicidad. ┬íPractiquémoslo! Lo mismo sucede con la tecnología, ha de servir a todas las gentes y al planeta. Lo esencial es darle un cauce seguro, responsable y que no deje a nadie atrás. Indudablemente, cada pequeño gesto cuenta, al menos para que predomine el sentido de ser familia, de compartir las alegrías y las tristezas existenciales, junto con los valores humanos y los principios que los animan.
En consecuencia, uno debe estar abierto a todas las preguntas, esto nos ayuda a conocernos y a reconocernos en nuestro diario vivencial; sin obviar que el entendimiento intergeneracional es crucial, al menos para generar franqueza y fortalecer la solidaridad y la equidad. ├Ünicamente aquellas soluciones compartidas, sustentadas en los derechos humanos, repararán las heridas. En efecto, todos nos necesitamos en esta época de cambios radicales. Demos prioridad, pues, a estos modelos de actuación hogareña, sin perder nunca la paciencia, incluso cuando nos sintamos deshabitados y caídos, porque levantar la cabeza para recobrar nuestra dignidad es algo natural, que contrarresta toda adversidad. Nos salva la expectativa de no desesperarse. ┬íHagámoslo!