Por: José Alvear C.
El país atraviesa un momento en el que la pregunta no es solo qué decidió Ecuador, sino a qué le dijo No con tanta claridad. Y aunque el gobierno de Daniel Noboa intenta presentar cada revés político como una muestra de madurez democrática, lo cierto es que la ciudadanía rechazó un estilo de gestión que se ha vuelto errático, reactivo y desconectado del día a día de la gente.
Ecuador más que decir No , le dijo “Ya me estoy cansando” de una estrategia que parece confundirse entre show mediático y política pública, mientras los homicidios, la extorsión y la sensación de miedo siguen tocando la puerta de cada barrio.
Ecuador también le dijo No al conflicto permanente. A un liderazgo que culpa a todos —a la prensa, a la Justicia, a la Asamblea, a la oposición— pero no admite errores propios. El discurso oficial ha intentado instalar la idea de que quienes cuestionan están “en contra del país”, cuando en realidad lo que la gente pide es gestión, no peleas.
Le dijo No al abandono económico. A un entorno donde no llega la reactivación prometida, donde las empresas no ven señales claras, donde el riesgo país no baja y las familias sienten que cada mes alcanza para menos. A un Gobierno que habla de futuro, pero descuida el presente: el trabajo, la producción, el costo de vida.
Y quizás el No más fuerte fue al intento de convertir la política en una disputa personal. La gente dejó claro que no quiere más confrontación gratuita, ni decisiones tomadas con cálculo electoral. Quiere soluciones, claridad, responsabilidad y un rumbo que no cambie cada semana.
Este No colectivo no es un rechazo al país ni a la gobernabilidad: es un reclamo. Es la advertencia de que el liderazgo no se sostiene con discursos, sino con resultados. Es la voz de un Ecuador cansado de la inestabilidad, de la inseguridad y de la soberbia de quienes creen que gobernar es imponer, no escuchar.
Si el Gobierno quiere retomar el camino, deberá entender este mensaje. Porque el No que escuchó no es un portazo: es una última llamada para corregir, actuar y reencontrarse con una ciudadanía que solo pide algo básico y urgente: que se gobierne bien.




