Por: Daniel Márquez Soares
Hace apenas dos décadas, existía un consenso entre las élites mundiales de que el futuro sería democrático, capitalista e integrado. Se juzgaba que era cuestión de tiempo hasta que las dictaduras colapsaran y se convirtieran en regímenes respetuosos de las libertades, y hasta que los diferentes bloques del mundo se fundieran en un solo mercado de bienes y servicios. Se suponía, además, que el fortalecimiento y la evolución de los estados nacionales era una certeza, y que las instituciones terminarían imponiéndose paulatinamente en cada rincón del globo; se creía que no podía existir desarrollo sin democracia. Bajo esa narrativa, era inevitable que países como China y Rusia se convirtieran en democracias liberales de corte occidental ÔÇöpor eso se impulsaba tanto su incorporación a los multilateralesÔÇö, y resultaba lógico derrochar billones para crear un estado funcional en Afganistán, exportar democracia a Irak o impulsar acuerdos de libre comercio en toda región.
La reelección de Donald Trump ha terminado de sepultar aquel ideal de inicios de siglo. Hoy el mundo es diferente. Hay países razonablemente prósperos sin un régimen de libertades ÔÇötanto en Asia como en Oriente MedioÔÇö y potencias autoritarias que ya nadie osa esperar que se tornen democráticas. No hay integración, sino fragmentación. El sueño de un área de libre comercio americana está acabado, y cada vez surgen más dictaduras en el continente ÔÇöVenezuela, Nicaragua, El Salvador, y otras gestándoseÔÇö. Hay estados que se han entregado en cuerpo entero al crimen organizado transnacional ÔÇöJamaica, Guinea Bissau, Albania, Venezuela, etc.ÔÇö y otros que simplemente han descendido a una anarquía hobbesiana ÔÇöSomalia, Haití, Libia, Afganistán, ahora SiriaÔÇö. Cansadas de perder tiempo y recursos en proselitismo democrático, las sociedades occidentales se encierran sobre sí mismas.
Los ecuatorianos necesitamos entender que, en este mundo, estamos en serio riesgo de descender al caos.