Las lecciones positivas y negativas del 2025
Por: Fedgar
Para todos los ecuatorianos o casi todos, el 2025 no fue un año neutro. Fue un tiempo áspero, cargado de sobresaltos, pero también de aprendizajes silenciosos. Como suele ocurrir en nuestra historia, avanzamos más por resistencia que por certezas, más por intuición que por planificación. El año que termina deja lecciones que incomodan, pero también algunas que invitan a no rendirse.
Entre las lecciones negativas, la más evidente fue la fragilidad institucional. La justicia siguió siendo, para muchos ciudadanos, una promesa lejana. Persistió la sensación de que la ley no protege por igual, que el poder se impone sobre el derecho y que la inseguridad jurídica se ha vuelto una forma cotidiana de vivir. Esto no solo erosiona la confianza en el Estado, sino que desgasta el ánimo colectivo y normaliza la desconfianza como forma de defensa.
La inseguridad, en sus múltiples rostros, fue otra herida abierta. No solo la delincuencial, que arrebató vidas y tranquilidad, sino también la inseguridad económica, el miedo a perder el empleo, a no llegar a fin de mes, a ver cómo el esfuerzo no siempre alcanza. El 2025 nos recordó que la pobreza no es solo falta de ingresos, sino incertidumbre permanente.
Tampoco aprendimos del todo a dialogar. La polarización siguió siendo un obstáculo para los consensos mínimos. Nos acostumbramos a gritar en redes, a descalificar al otro, a vivir en trincheras ideológicas. El país habló mucho, pero se escuchó poco. Y cuando una sociedad deja de escucharse, empieza a fracturarse por dentro.
La familia volvió a ser un refugio. En medio del desencanto institucional, muchos encontraron en el hogar un espacio de contención emocional y solidaridad. La comunidad, aunque golpeada, no desapareció. Se expresó en gestos pequeños: el apoyo al vecino, la ayuda compartida, la fe que no se pierde del todo.
El 2025 nos deja, en síntesis, una verdad incómoda: no basta con sobrevivir año tras año. Como país, necesitamos aprender a corregir, a sanar y a proyectarnos. Porque si algo enseña el tiempo es que los años no cambian solos; cambian cuando las personas deciden no repetir los mismos errores.
Como soñar no cuesta nada, cerrar el 2025 no debería ser solo un acto de calendario, sino un ejercicio de conciencia. Mirarnos sin complacencias, pero también sin cinismo. Reconocer lo que falló, valorar lo que resistió y preguntarnos, con honestidad, qué país queremos ser cuando el próximo año vuelva a ponernos a prueba.






