Por: Pablo Gabe
El 31 de diciembre es una fecha curiosa. No pertenece a ninguna religión en particular y, sin embargo, todo el mundo occidental le otorga un peso casi sagrado. Se hacen balances, se formulan deseos, se prometen cambios. El brindis tradicional nos hace derramar alguna lágrima inevitable por los que no están. Algo termina, algo empieza. Aunque sepamos que el calendario es una convención, nadie queda del todo indiferente.
Tal vez porque el cierre del año nos encuentra. Nos alcanza. Nos obliga, aun sin pedir permiso, a mirarnos un poco.
Desde la tradición judía, esta escena resulta llamativa. No porque nos sea ajena la idea del balance, sino porque, justamente, proponemos lo contrario: no dejar todo para el final. El mes de Elul (el mes que precede al inicio del año judío) aparece como una pedagogía del tiempo. Treinta días para revisar actos, palabras, decisiones. Un proceso gradual, paciente, humano. La idea es clara: no llegar agotados al momento confirmatorio, no vivir el juicio como una sorpresa, no reducir la reflexión a una noche.
Y sin embargo, aquí aparece la ironía.
Aun siendo judíos, aun teniendo Elul, aun con Rosh Hashaná (inicio del año) y con Yom Kipur (día del perdón) detrás, diciembre nos enloquece igual. Cierres, compromisos, listas interminables, expectativas ajenas y propias. Corremos como si no hubiéramos aprendido nada. Como si el tiempo nos volviera a ganar.
Quizás porque no se trata solo de calendario. Tal vez diciembre no es intenso por lo que marca, sino porque nos enfrenta con lo que no hicimos. Porque cuando todo parece cerrarse, aparece la pregunta que intentamos postergar durante el año: ¿qué hicimos con el tiempo que pasó?
El judaísmo no niega esa pregunta. Intenta distribuirla mejor. Pero no promete inmunidad frente al vértigo. Tener un mes para el balance no nos vuelve automáticamente más sabios; apenas nos ofrece una herramienta. Usarla o no sigue siendo una decisión humana.
El 31 de diciembre, en parte, es también “nuestro” Año Nuevo. Lo es porque, al igual que todos, cerrando la misma locura compartida del mes, levantaremos una copa, nos miraremos con quien tenemos al lado y, en esa mirada, aparecerán aquellos que ya no están, pero que en estos días nos visitan en nuestra memoria. Por eso es una fecha que nos encuentra.





