SOÑAR NO CUESTA NADA…

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La Navidad, una celebración entre la esperanza y el desaliento

Por: Fedgar

La Navidad vuelve cada año puntual, como si el calendario se empeñara en recordarnos que aún es posible creer. Las luces adornan calles y vitrinas, los villancicos insisten en hablar de paz y los hogares intentan recrear un clima de unión que, muchas veces, contrasta con la realidad que se vive puertas afuera. En medio de esta paradoja, la Navidad se convierte en una celebración suspendida entre la esperanza y el desaliento.

Para muchos ecuatorianos, estas fechas no llegan con la serenidad que prometen los mensajes publicitarios. La precariedad económica, el desempleo persistente, la inseguridad que no da tregua y la incertidumbre política pesan más que los adornos. Hay mesas donde el plato navideño se reduce a lo indispensable y regalos que se reemplazan por disculpas silenciosas. En esos hogares, la Navidad no se vive como fiesta, sino como resistencia.

Sin embargo, sería injusto decir que la esperanza ha desaparecido. A pesar de todo, sobrevive en gestos sencillos: en la madre que estira el presupuesto para cocinar algo especial, en el vecino que comparte lo poco que tiene, en el abrazo que intenta compensar la ausencia de quienes ya no están o de quienes migraron buscando un futuro mejor. La Navidad, incluso en la escasez, sigue siendo un acto de fe cotidiana.

El desaliento también tiene raíces más profundas. Proviene del cansancio colectivo frente a promesas incumplidas, de la sensación de abandono estatal y de una sociedad que parece haber normalizado la desigualdad. Cuando el discurso navideño habla de amor y solidaridad, muchos se preguntan por qué esos valores solo parecen tener vigencia una vez al año. La incoherencia duele más en diciembre, porque el contraste es más evidente.

Aun así, la Navidad conserva una fuerza simbólica difícil de anular. No porque cambie las estructuras injustas ni porque resuelva los problemas acumulados, sino porque nos obliga a mirarnos como comunidad. Nos interpela sobre el tipo de sociedad que estamos construyendo y sobre el papel que cada uno asume frente al dolor ajeno. Celebrar la Navidad no debería ser un acto automático, sino una oportunidad para reflexionar.

Como soñar no cuesta nada, la verdadera Navidad, quizá no esté en el consumo ni en la apariencia de felicidad, sino en la capacidad de no perder la sensibilidad. En reconocer el desaliento sin resignarse a él. En sostener la esperanza, no como ingenuidad, sino como una decisión ética, la de no renunciar a la humanidad, incluso cuando todo parece empujarnos a hacerlo. Porque, al final, la Navidad sigue siendo eso, un frágil equilibrio entre lo que duele y lo que aún creemos posible.

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