En Riobamba, diciembre, es, sobre todo, un tiempo en el que la fe se hace camino, música y comunidad. Los tradicionales pases del Niño constituyen una de las manifestaciones culturales y religiosas más profundas de la ciudad y de la Sierra ecuatoriana, un ritual colectivo donde la espiritualidad popular y el folclore andino se entrelazan con naturalidad.
Estos recorridos, encabezados por la imagen del Niño Jesús, no son simples desfiles. Son actos de devoción heredados de generación en generación, en los que familias, barrios y comunidades rurales asumen con orgullo el rol de priostes. A través de danzantes, músicos, comparsas y personajes simbólicos —diablos, curiquingues, payasos y pastores—, el pase se convierte en un lenguaje propio, donde la fe se expresa con colores, ritmos y gestos ancestrales.
En Riobamba, ciudad de profundo mestizaje cultural, los pases del Niño reflejan una identidad construida desde la convivencia entre lo indígena y lo cristiano. La solemnidad religiosa convive con la alegría popular; la oración se acompaña del bombo y la flauta; el recogimiento espiritual no excluye la fiesta. Esta dualidad, lejos de ser una contradicción, es la esencia misma de una tradición que ha sabido adaptarse al tiempo sin perder su sentido original.
Más allá del componente religioso, los pases del Niño cumplen una función social invaluable. Fortalecen la cohesión comunitaria, promueven la solidaridad y reafirman la memoria colectiva. En un contexto marcado por la prisa, la fragmentación social y la homogeneización cultural, estas celebraciones recuerdan la importancia de lo compartido, de lo local y de lo simbólico.
Preservar los pases del Niño no es un acto de nostalgia, sino de responsabilidad cultural. Riobamba encuentra en esta tradición un patrimonio vivo que merece respeto, cuidado y transmisión a las nuevas generaciones. Mientras el Niño siga recorriendo calles y corazones, la ciudad mantendrá encendida una de sus expresiones más auténticas de fe y folclore.
