Por: Alejandro Quejereta
El mapa político de América Latina ha cambiado, para asombro de unos y complacencia de otros. Las ideologías de derecha y de izquierda, sin embargo, las victoriosas y las derrotadas, deberían entrar con urgencia en un proceso profundo e inexcusable de reflexión, pues por lo visto en no pocos períodos se han puesto por encima de los seres humanos. Y este no es el momento.
A la izquierda, con su vasto abanico de tendencias nacidas de utopías mayormente fracasadas, se le impone una mirada crítica de su dirigencia y sus teorías. Sus retóricas van quedando huecas, vacías y delirantes, ante los hechos. Sus vínculos “con las masas” nunca han sido reales. Unos pocos sujetos, por décadas, los inventaron como tabla de salvación.
Las derechas, ya en el poder, miran en exceso hacia Washington. Lo dicho por Montaigne podrían alertarles: “Puesto que nos proponemos vivir solos, y arreglárnoslas sin compañía, hagamos que nuestra dicha dependa de nosotros mismos”. Dos mitos suelen ser sus banderas: la promesa del bienestar, siempre inmejorable, y la seguridad plena, que son, como se sabe, herramientas del populismo.
Hoy en día, con las fake news tan al uso, muchas ideologías, tanto de uno como de otro sector, se sustentan en no pocas situaciones sobre la base de informaciones falsas, amplificadas por redes sociales y mensajes virales. Esta sobreabundancia comunicacional, entraña un peligro mayor y casi ineludible: el de ocultar o escamotear lo realmente importante.
Cerrar las puertas a realidades insoslayables les puede llevar a su error histórico: ponerse por encima de los intereses y necesidades concretos de los seres humanos, sus dolores e injusticias. Una verdad clara y distinta a las teorías que los han llevado de la mano. Este es un tiempo, si quieren seguir políticamente vivos, de empezar a caminar en dos pies.





