El ascenso de Kast y la ultraderecha: una señal de alerta para la democracia chilena

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El sostenido ascenso político de José Antonio Kast y de la ultraderecha en Chile no es un fenómeno aislado ni circunstancial. Su protagonismo en la primera vuelta presidencial de 2021, donde obtuvo la mayor votación individual, y su consolidación como referente de un sector conservador radicalizado, revelan una profunda fractura social y política que el país aún no logra cerrar tras el estallido social de 2019.

Kast ha sabido capitalizar el miedo, la inseguridad y el desencanto ciudadano frente a un sistema político percibido como ineficaz. Su discurso, centrado en el orden, la mano dura y la defensa de valores tradicionales, conecta con un electorado que siente que el Estado ha perdido control frente a la delincuencia, la migración irregular y la crisis económica. Sin embargo, esta narrativa simplifica problemas complejos y propone soluciones que tensionan los principios democráticos y los derechos humanos.

La influencia de la ultraderecha no se limita a los procesos electorales. Se manifiesta en el debate público, en la agenda legislativa y en la normalización de discursos que relativizan las violaciones a los derechos humanos cometidas durante la dictadura militar. Este revisionismo histórico, lejos de contribuir a una reconciliación nacional, reabre heridas y debilita consensos básicos sobre la memoria, la justicia y la democracia.

Resulta preocupante que parte de la ciudadanía vea en este proyecto político una respuesta legítima al malestar social. Ello evidencia no solo el desgaste del oficialismo de turno, sino también el fracaso transversal de la clase política para ofrecer soluciones estructurales, creíbles y sostenibles. Cuando la política abandona el diálogo y la inclusión, los extremos ocupan el vacío.

Chile enfrenta hoy el desafío de fortalecer su democracia sin caer en la tentación del autoritarismo disfrazado de eficiencia. El crecimiento de figuras como Kast debe ser leído como una advertencia: la democracia no se erosiona únicamente por golpes de Estado, sino también cuando el miedo se impone sobre la razón y la exclusión sobre el pluralismo.

El debate político chileno requiere más profundidad, más responsabilidad y menos consignas. La respuesta al avance de la ultraderecha no puede ser la negación ni la descalificación automática, sino una autocrítica seria y una renovación real del pacto social. De lo contrario, el descontento seguirá siendo el terreno fértil donde prosperan las propuestas que prometen orden, pero ponen en riesgo las libertades.

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