A pocos días de concluir 2025, el país llega a diciembre con un balance mixto: avances puntuales que conviven con deudas estructurales que siguen postergándose. El cierre del año no es únicamente un ejercicio contable; es, sobre todo, un momento de reflexión cívica sobre lo que se hizo, lo que se dejó de hacer y lo que no puede seguir esperando.
En lo económico, la ciudadanía ha enfrentado un contexto de presión constante: empleo informal persistente, poder adquisitivo debilitado y expectativas moderadas frente al crecimiento. Si bien se han registrado señales de estabilidad, estas aún no se traducen en bienestar tangible para amplios sectores. La estabilidad macroeconómica, sin políticas claras de impulso productivo y protección social eficiente, resulta insuficiente para sostener la cohesión social.
En el ámbito social, la seguridad continúa siendo una de las principales preocupaciones. La violencia y la criminalidad no solo erosionan la tranquilidad diaria, sino que minan la confianza en las instituciones. La respuesta del Estado debe ser integral: firmeza frente al delito, sí, pero también prevención, inversión en educación, oportunidades para los jóvenes y fortalecimiento real de la justicia. Sin estos pilares, cualquier estrategia será incompleta.
La educación, por su parte, sigue siendo la gran promesa pendiente. A pesar del discurso reiterado sobre su importancia estratégica, la inversión, la calidad y la equidad del sistema no avanzan al ritmo que el país requiere. Cerrar brechas educativas no es un favor a las futuras generaciones; es una condición indispensable para el desarrollo sostenible y la competitividad nacional.
Diciembre también invita a mirar la política con mayor madurez. El año ha dejado lecciones claras: la confrontación permanente desgasta, el cálculo electoral paraliza y la falta de consensos retrasa soluciones urgentes. Gobernar —y fiscalizar— exige responsabilidad, diálogo y una visión que trascienda el corto plazo.
Al acercarse las festividades, es legítimo desear paz y esperanza. Pero esos deseos deben ir acompañados de compromisos concretos. Compromiso del Estado para cumplir, del sector privado para invertir con responsabilidad, de los medios para informar con rigor y de la ciudadanía para participar, exigir y construir.
Cerrar el año no es bajar el telón; es preparar el escenario. Que 2026 encuentre a un país menos resignado y más decidido a convertir las lecciones aprendidas en acciones sostenidas. Solo así la esperanza dejará de ser un discurso de temporada para convertirse en un proyecto compartido.







