Viajes del presidente Noboa: ¿turismo oficial o gestión internacional?

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En las últimas semanas, los viajes del presidente Noboa han abierto un intenso debate público: ¿son parte de una estrategia de posicionamiento internacional o simples desplazamientos innecesarios en medio de un país que enfrenta graves urgencias? La respuesta, como suele ocurrir en política, depende del ángulo desde el cual se mire; sin embargo, lo cierto es que cualquier administración debe rendir cuentas con hechos, no solo con itinerarios.

Ecuador vive un escenario marcado por la inseguridad, el desempleo creciente, la crisis educativa y un sistema de salud debilitado. Frente a ello, cada viaje presidencial es observado con lupa y evaluado bajo una pregunta esencial: ¿qué beneficios concretos traen al país? La ciudadanía ya no se conforma con comunicados ni fotos protocolares; exige resultados tangibles que mejoren su vida cotidiana.

Se reconoce que, en un mundo globalizado, romper el aislamiento diplomático, atraer inversiones, fortalecer alianzas y gestionar cooperación internacional son tareas legítimas —y a veces necesarias— para un mandatario. Pero también es cierto que cualquier gestión exterior pierde legitimidad si no se acompaña de una presencia firme en casa, atendiendo los problemas que más duelen a la población.

En este contexto, la percepción pública se vuelve un factor determinante. Si los viajes parecen excesivos, improvisados o escasamente transparentes, la narrativa del “turismo oficial” se instala con facilidad. Si, por el contrario, estos desplazamientos se traducen en acuerdos verificables, cooperación financiera, estrategias de seguridad o apoyo internacional, entonces los viajes dejan de ser vistos como privilegios y se convierten en herramientas de Estado.

El desafío del Presidente Noboa no está solo en viajar, sino en mostrar resultados: explicar qué se busca, qué se negocia y qué se obtiene. La comunicación gubernamental debe dar un giro hacia la claridad y la rendición de cuentas, porque en momentos de incertidumbre nacional, cada acción cuenta y cada ausencia pesa.

Al final, la pregunta no es si debe o no viajar, sino para qué y qué produce cada uno de esos viajes. Ecuador necesita liderazgo dentro y fuera del país, pero sobre todo necesita respuestas que aterricen en soluciones reales. Mientras tanto, la ciudadanía observa, evalúa y decide: ¿turismo oficial o gestión internacional? El Gobierno tiene aún el tiempo —y la responsabilidad— de inclinar la balanza.

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