Por: Carlos Freile
Los romanos, cuando buscaban una explicación a cualquier acontecimiento, una acción política, una decisión económica, un lance militar, solían plantearse esta pregunta: “¿A quién beneficia?” Al responderla tenían un buen punto de partida para analizar los hechos y planificar reacciones futuras. Detrás del triunfo del No en la consulta popular se esconden varios beneficiarios, entre ellos el crimen organizado y los políticos oportunistas. Sin embargo, no podemos descuidar un punto fundamental olvidado por la inmensa mayoría de analistas: el perdedor mayoritario fue el pueblo ecuatoriano, no por las respuestas en sí, sino porque el aparato político y de propaganda se encarga de mantenerlo subdesarrollado en criterios democráticos.
Me explico: con una excepción, que yo conozca, la de Daniel Márquez en este diario, todos han planteado el No como “un rechazo al régimen de Noboa” o a su persona. Esta marrullera conducta, quiero creer que en muchos casos inconsciente, convierte a la consulta sobre asuntos específicos del vivir nacional en un barómetro de la popularidad del Presidente. Esta distorsión de la consulta popular viene desde el tan manido “retorno a la democracia”. Todos estos años, los politiqueros y los cientistas sociales se han encargado de impedir que los ciudadanos reflexionen con seriedad sobre los contenidos de las preguntas planteadas, analicen las ventajas y desventajas de aprobarlas o no, sin pensar en ellos mismos solamente, sino en el bien común.
Si los políticos buscaran realmente el progreso del país, si los analistas desearan colaborar con la educación política de los ciudadanos, insistirían en que no se trata de votar por la popularidad del gobernante de turno, sino sobre proyectos para enrumbar a la sociedad en cierta dirección.
Un ciudadano maduro en comprensión política votaría No a la pregunta sobre una asamblea constituyente no porque le cae mal el Presidente, sino porque está convencido de que la actual debe permanecer. De hecho unos y otros han mantenido las consultas en un nivel primitivo, visceral, acrítico. Los ciudadanos han renunciado a pensar para escoger la mejor alternativa y se han dejado llevar por las emociones; con el agravante de que esas emociones son provocadas y dirigidas, también, por politiqueros que ansían llevar el agua a su molino. Pasan los años, pasan los años, pasan los años… y los ecuatorianos seguimos en el mismo nivel de subdesarrollo conceptual político. En esta amarga situación también tienen su amplia cuota de responsabilidad los analistas y conductores de opinión, pues les hacen el juego a los políticos maniobreros al convertir, una vez sí y otra también, una consulta sobre temas específicos en una encuesta de popularidad. Actuaciones tristes y nefastas, pues ni siquiera mantienen al Ecuador marchando sobre el propio terreno, sino que lo impulsan a retroceder. Los ciudadanos no maduran y por ello son manipulados con mayor facilidad.






