ANIMERO
En Penipe, se fortalece cada año una tradición que conjuga devoción, patrimonio y memoria. A las 23h00, comienza el ritual del Animero, un recorrido de 16 noches previas al Día de los Difuntos. No existe registro exacto del inicio de esta práctica, los habitantes de Penipe afirman que la práctica tiene más 400 años de antigüedad.

Estudios señalan que en la provincia de Chimborazo los animeros cumplen su labor desde prácticas de religiosidad popular con elementos indígenas y católicos. Los datos recientes hablan de una pieza ritual en la que el animero recorre el cementerio y las calles, convocando rezos por las almas que “no tienen quien ore por ellas”. Ángel Ruiz, representa una continuidad fiel de esta tradición. “Desde hace más de cinco décadas le he servido a estas almas, porque ellas también tienen voz”, comenta con tono sereno.
Antes del recorrido, él viste su atuendo, una túnica blanca (alba), un cíngulo que ciñe la cintura, y porta objetos poco comunes pero cada uno con un motivo, una calavera humana (heredada del padre), una campanilla de bronce, un rosario y un crucifijo. “Una vez asumo el canto y la campanilla, ya no puedo mirar hacia atrás; las almas vienen tras de mí”, dice Ángel Ruiz. La tradición del animero en Penipe es, ante todo, un acto de memoria. “Servir a las almitas no es un hobby, es una misión”, afirma Ángel Ruiz.
A las 11 de la noche en punto, la iglesia del cantón recibe los primeros cantos y plegarias. Un grupo reducido ya aguarda, sosteniendo la calavera en una mano y la campanilla en la otra, emprende el camino y se percibe el silencio propio del temor y respeto a esta tradición, ingresa al cementerio, su canto petitorio es propio del momento, con un tono potente dice: “Despertar, almas dormidas, rezarán un Padre Nuestro y un Ave María por las benditas almas del purgatorio, por el amor de Dios.”
Su ascenso se da con pasos rápidos hacia la cruz más alta del cementerio, se acuesta boca abajo mientras pronuncia sus oraciones e inicia su recorrido por el pueblo, la campanilla repica en cada esquina, como convocando a quienes parten al descanso. Se detiene, canta, espera una plegaria de alguien que abre su puerta, recibe una limosna y sigue adelante. Al llegar al cementerio, se inicia el canto final bajo la medianoche. El traje blanco simboliza pureza y mediación espiritual; el cíngulo marca la disciplina y constancia con la que se asume este rol.

La calavera representa la muerte como transición; la campanilla llama y disuade. En esta mezcla de símbolos católicos e indígenas se evidencia el sincretismo que caracteriza el ritual. El animero no sostiene conversación con nadie, mientras dura el recorrido; se dice que mirar atrás —o detenerse— puede alterar el tránsito de las almas que lo siguen. Más allá de su carácter religioso, este rito ha despertado interés turístico.
Este especial reconstruye la radiografía de un rito que se mantiene vivo durante siglos. Una esencia mantenida gracias a Ángel Ruiz, y a toda una comunidad que continúa decidiendo por una riqueza más allá de lo tangible.
Una línea delgada que no hay que pasar
En los últimos años Penipe ha visto un aumento del turismo cultural durante estas fechas, el recorrido tradicional es de “las 59 esquinas del pueblo”, esto convoca a cientos de familias, grupos de amigos o incluso servicios de empresas turísticas para quienes deseen asistir en una de las noches de este ritual. Esta afluencia representa mayor reconocimiento cultural local.

Pero también corre el riesgo de que la tradición se convierta en espectáculo y de que pierda su sentido, como ha pasado con la organización de shows en Riobamba bajo esta temática, pero alejado completamente del sentido de una tradición centenaria. Henry Orozco explica que el cantón Penipe a lo largo del año muestra una amplia oferta para el turismo “Penipe es el cantón que más se ha desarrollado para ser un destino muy interesante durante todo el año, aquí son recibidos turistas de todo el Ecuador y también turistas internacionales”.
Si bien el turismo cultural puede brindar un impulso, el equilibrio entre lo sagrado, lo comunitario y lo comercial es importante. En ese sentido, la figura del animero, como mediador entre la vida y la muerte, entre lo visible y lo invisible, sea también un puente entre tradición y modernidad.










