Por: Fedgar
Los ecuatorianos lloramos, la partida de Paulina Tamayo, “La Grande del Ecuador”. Nos deja en silencio, y ese silencio duele. No es solo la partida de una artista, es la despedida de una época en que la música nacional, aún era una forma de ternura, una manera de decir patria con el alma.
Paulina no cantaba para la fama. Cantaba para la gente. Para los que aman en silencio, para los que añoran la tierra desde lejos, para los que aún se emocionan cuando suena un pasillo o un albazo. Su voz era como una oración que unía generaciones. Una mezcla de fuerza y dulzura, de nostalgia y esperanza.
En su canto vivía el Ecuador que soñamos: sencillo, solidario, orgulloso de su identidad. En cada presentación nos recordaba que el arte verdadero nace del amor y no del artificio. Y por eso su voz, esa que acariciaba el alma, se convirtió en símbolo, en bandera, en refugio.
Hoy su partida nos enfrenta, una vez más, al olvido en que dejamos tantas cosas nuestras. La música nacional, las costumbres, las palabras sencillas que decían tanto. Paulina resistió a esa indiferencia con su talento y su fe. Defendió el pasillo, el sanjuanito, la esencia misma del Ecuador profundo.
Su ausencia deja un vacío difícil de llenar. Pero también nos deja un mensaje; cuidar lo que somos. No permitir que el ruido del mundo apague lo que nos identifica. Volver la mirada hacia lo nuestro, hacia esas canciones que nos hicieron llorar o sonreír sin saber por qué.
Paulina Tamayo no se ha ido del todo. Su voz seguirá viviendo en las plazas, en las fiestas, en los recuerdos. En cada corazón que aún se conmueve al escuchar “Amor dolor” o “Te quiero, te quiero”. Porque hay artistas que no mueren, se quedan en la memoria del pueblo, como un eco que nos recuerda quiénes somos y de dónde venimos.
Ayer se fuero el Dúo Benítez y Valencia, Segundo Bautista, Carlota Jaramillo, Los Montalvinos, Julio Jaramillo, entre otros y de quienes aún revivimos su arte.
Pues, vaya desde esta columna, nuestra solidaridad con la familia de la señora Paulina Tamayo, con la familia de la música nacional, con los ecuatorianos que lloran su partida y con la Patria misma.
Soñar no cuesta nada, pero cantar con el alma, como ella lo hizo, cuesta una vida entera y un legado imborrable.