Por: Rodrigo Contero P.
Las diferencias entre los seres humanos nos recuerdan que no somos iguales, pero que compartimos un mismo valor intrínseco desde una perspectiva ética y filosófica. Pese a las desigualdades sociales y culturales, toda persona –pobre o rica, hombre o mujer, joven o anciano, perteneciente a diversas etnias y culturas- posee la misma dignidad. En una sociedad compleja, esa diversidad de intereses, capacidades, aptitudes, actitudes y opiniones no es un obstáculo, sino una fortaleza: una comunidad diversa se adapta mejor que una homogénea.
Las sociedades se desarrollan de acuerdo con la forma en que sus habitantes piensan, actúan, se organizan y relación con el mundo. La educación, las tradiciones, el modo de vida y la historia heredada describen cómo concebimos nuestras relaciones y cómo enfrentamos nuestras actitudes colectivas. Las ciencias humanas, por su amplitud, permiten analizar estas dinámicas desde múltiples perspectivas y expresar una variedad inagotable de criterios.
América Latina constituye un vasto territorio compuesto por pueblos diversos que conforman naciones con diferentes idiomas, dialectos y estructuras sociales. A pesar de la heterogeneidad, sus cosmovisiones y creencias comparten más coincidencias que divergencias. La historia común marcada por el descubrimiento, la colonización, la independencia y la vida republicana revela un legado compartido y un futuro por construir, impulsado por la vocación y el esfuerzo de sus habitantes y su manera de percibir el mundo.
Resolver los problemas que afectan a cada país y a sus ciudadanos nunca es sencillo, pero resulta imprescindible aprender a convivir en armonía, mediante el diálogo y la voluntad de solución pacífica. La representación política exige rendición de cuentas ante los representados. Cuando la paz, el diálogo y la economía se ven socavadas por intereses ajenos al bien común, la sociedad entera se sumerge en la incertidumbre y la zozobra.
En el ámbito nacional, la conducta y las decisiones deben guiarse por la razón y la ética, nunca la violencia. Solo así se podrán resolver conflictos de manera efectiva, evitando que los intereses particulares de unos pocos afecten a todos.